31 de julio 2019
Los avales a terceros, entre las primeras causas de insolvencia.
En nuestra sociedad cuando una persona no alcanza los mínimos de solvencia que las entidades financieras exigen, y cuando se trata de sociedades más, se suele acudir a familiares, socios, e incluso amigos para que avalen el préstamo que se va a solicitar.
Pocos tienen en cuenta que un aval compromete por toda la vida el préstamo, y de sus intereses, hasta su extinción, y que los avatares de la vida llevan a separaciones, falta de ingresos, distanciamientos o meras disputas familiares, que se agravaron cuando por cualquier razón el obligado principal deja de pagar.
Muchas veces esa deuda ha sido vendida a “fondos buitre” o simplemente a empresas de recobro, que acosan a los deudores y a sus avalistas hasta límites que rozan (cuando no superan) la legalidad.
En estos casos debe de tenerse en cuenta que el acreedor (nuevo o antiguo) probablemente ejecute la garantía contra los avalistas y reclame el pago del total adeudado contra aquél o aquellos que mejor posición económica tenga, o contra todos, pues la garantía es solidaria.
En muchas ocasiones esta deuda supera el propio patrimonio del deudor y del avalista, que se ve, al igual que el deudor, en una situación de insolvencia en la cual se le embargará además de sus bienes presentes los que pueda generar en el futuro (pensiones, nóminas, ingresos de un negocio…), condenado a una suerte de “muerte civil”. Condenado a vivir en ocasiones en la economía sumergida para sobrevivir.
Son estos casos a los que da respuesta la Ley de Segunda Oportunidad, que permite, si se cumplen los requisitos, la suspensión del devengo de los intereses (que la deuda no crezca), la liquidación ordenada de los bienes (de todos) y, finalmente, la extinción de las deudas que no se puedan cubrir con los bienes, de modo que el afectado pueda “volver a empezar” sin embargos, sin deudas.
De este modo se puede seguir percibiendo los ingresos, o empezar a percibir, derivados de la actividad laboral o profesional, sin la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de quien se embarca en un préstamo que no puede pagar y de sus avalistas.
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