Entre esta y la próxima semana «FAHALA. La leyenda del castillo olvidado» llega a las tiendas y librerías.
El día 26 de septiembre, a las 20:00 se procederá a su presentación en la biblioteca de Alhaurín el Grande.
Si no quieres esperar, en estas líneas puedes comenzar a leer alguno de sus capítulos descargando el PDF Ilustrado o , simplemente, sigue leyendo para descubrir cómo era FAHALA antes de que todo sucediera.
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Capítulo 1.- Sin sangre.
La sangre no corrió ese día por el reino de Fahala.
Sí corrió el olvido, la soledad y la amargura de
quien recuerda pero no puede ser visto. Esta es la historia
de un reino eliminado de la memoria de la gente, y de un
castillo que no lo es, pero sí lo fue.
Porque no puede haber un castillo sin princesa.
Capítulo 2.- Lágrimas desde la torre
Asomada desde lo más alto de la torre,
como cada día, una lágrima azul se desprendió de
sus ojos y en su caída provocó una pequeña onda en
lo que era ya un lago, azulado, casi turquesa, hasta
desvanecerse en la orilla.
Debía ser invierno, aunque ya no recordaba
la última vez que había sentido frio.
Sentir.
Quizás fue en aquél día en
que, sin esperarlo, todo cambió. Un día que quedó
grabado en su cerebro como última vez en que tuvo
conciencia de ser lo que era pues ya no era quien
había sido. Enfrente, muy cerca, la elevada sierra
detenía una espesa nube en su paso desde el sur…
donde recordaba más allá había un mar, alguna
vez visitado.
La nieve todavía adornaba la parte más alta, en
un inusual paisaje pese a la considerable altura que alcanzaba.
No era frecuente que un manto blanco se mantuviera
en el horizonte. Simplemente a veces pasaba, quizás
antes más a menudo.
Esos días de nieve repentina siempre habían
sido fuente de alegría para los habitantes más jóvenes del
reino, pues se les permitía alterar sus quehaceres diarios
para caminar hacia las zonas nevadas y allí “echar el día”
sin preocuparse de animales, limpiezas o mercado, en una
tradición fomentada por sus propios padres, reyes de Fahala,
siempre preocupados por la felicidad de sus súbditos,
convirtiendo en momentos extraordinarios las oportunidades
que la naturaleza les brindaba.
Ahora los días eran cortos. El sol solía imponerse
a las nubes aunque en ocasiones la lluvia empapaba el
campo y se colaba por los huecos del castillo impulsada por
el viento, frío, que recorría las estancias que una vez alojaron
risas y música. El tejado, muy deteriorado, apenas
daba cobertura ya al viejo edificio y la humedad penetraba
hasta los huesos, aunque en realidad para ella esto ya
no significaba nada.
Prefería en cualquier caso el verano y la luz. Sobre
todo después de haber estado tanto tiempo entre niebla.
Verano y luz eran sus recuerdos. En ellos también
había gente. Solía albergar el castillo mucha vida
dentro de sus paredes de piedra, tan anchas que podrían
haber soportado huracanes. Vida que podría haber sido
otra de no haber sucedido aquello que me dispongo a contar
en estas líneas que hablarán de risas, sueños, envidias…
y algo de magia.
Cada día, al amanecer, cuando apenas la luz asomaba
el contorno, y todavía en sombra, se le agolpaban los
recuerdos de otros días, inundando sus ojos verdes que ya
sólo por una vez se desbordaban, cada día, durante ya no
recordaba cuantos …
Capítulo 3.- Los príncipes de Fahala.
El anuncio de su nacimiento
recorrió senderos, montañas, valles, y
corrientes hasta el mar.
Era el primero de la pareja que
reinaba en la ribera del Fahala, un pequeño
reino que tomaba su nombre de
un pretencioso arroyo que nacía a la
vera del castillo.
No fueron uno, si no dos, los
hermanos nacidos aquella noche, niña
y niño, colmando la felicidad de la corte
que veía así garantizada su estirpe. En
el pueblo se pensaba que los reyes, por
su edad, nunca tendrían descendencia,
así que la noticia del embarazo real fue
recibida con algarabía.
A la fiesta, organizada para
celebrar el feliz alumbramiento de Victoria
y Nicolás, fueron invitados todos
los aldeanos, y los representantes de los
reinos vecinos. Vinieron los Mijeños, los Coinos, los Cartameños,
algún pescador genovés de Fuente de las Girolas, e
incluso los viejos rivales, los Tebanos.
En la costa había un castillo, pero hacia el interior
solo los reinos de Fahala, Cártama y de Teba lucían
tales fortificaciones, lo que siempre había sido fuente de
rivalidad por ver cuál de los dos, aun en la distancia,
alcanzaba más esplendor.
El castillo de Fahala coronaba una loma, conocida
como la loma de la Mota, desde la que se divisaba
montaña y valle, elegido el lugar por los antepasados gobernantes
que pensaron que las viejas torres de Urique
nunca en realidad habían dado gran protección al reino,
pues fueron elevadas simplemente como lugar de observación
del valle, y convertida su humilde alquería en centro
del reino, sin pretenderlo.
Con tres torres, sus tres patios y sus quince modestas
estancias, si bien sobria, la construcción se erigía
como la mayor de toda la comarca y desde su almena
oeste en los días claros incluso se podía divisar la costa.
Más apartado, el inexpugnable castillo de Teba,
conocido como castillo de la Estrella, mucho mayor, con
sus 18 torres, sus amplias estancias, su iglesia, y con la
próspera Villa de Teba a sus pies, superaba al de Fahala
en todo, pero también lo tenebroso de su gobierno.
Decían que el reino de Teba lo gobernaba un ser
maligno, descendiente, decían, de aquellos que persiguieron
y petrificaron a la pareja de enamorados convertidos
en piedra en el reino de Antequera . Serían leyendas de
viejos, aunque nadie recordaba ni quien gobernaba antes
ni sabían cómo se mantenía siempre con el mismo joven
aspecto, ni su belleza, equiparable a su mal carácter.
El mal humor de la reina tebana era conocido de
todos, y temidos eran sus arrebatos de ira en respuesta a
cualquier nimiedad, siempre inflexible a la hora de cobrar
sus rentas a los vasallos, sin importar si la cosecha hubiera
sido mejor o peor.
Todos sabían que quien no llegara a la fecha del
pago con la renta exigida, sería, sin más, expulsado. Se
decía que incluso era capaz de ajusticiar con los ojos a
quien le hiciera frente, y por ello nadie se atrevía a sostenerle
la mirada.
Enemiga de fiestas y bailes, sorprendió a los reyes
de Fahala al aceptar la invitación. El emisario enviado
con la respuesta fue recibido en el salón principal que
ya estaba siendo preparado para el día acordado, agradecido
por poder alejarse un tiempo de su reina, siempre
preocupada por aumentar su riqueza y elevar aún más
su castillo, pues no soportaba la idea de que pudiera haber
reino alguno que la superara en cualquier sentido.
Contaban los mayores que, el día del nacimiento
de los príncipes, a pesar del calor propio de mitad del verano,
la explanada que circundaba el castillo se llenó de
pequeños puestos de mercaderes. Los músicos tocaban sin
descanso en el viejo anfiteatro y se había habilitado junto
al arroyo un espacio para que los viajeros descansaran
y pudieran subir a la explanada cuando así lo desearan
despreocupándose de monturas y carros.
Sin duda, pensaron los reyes, podía ser una buena
idea hacer una venta en aquel lugar donde juglares y
viajeros pudieran tener un sitio donde parar y refrescarse
junto al nacimiento del arroyo.
La fiesta, les contaron, duró siete días y siete noches,
sin que en todo momento faltara música, comida y
bebida.
Comitivas de todos los reinos vecinos fueron llegando
y estableciéndose en los mejores lugares del lugar.
La Tebana, cuentan, pidió bañarse en las aguas
del Fahala, pues decían eran mágicas y daban al que lo
hacía una extraordinaria fuerza y belleza.
Aunque no era corriente entonces el baño, los reyes
de Fahala no pusieron inconveniente alguno. Al contrario.
Dispusieron para ella un espacio tranquilo y los
mejores jabones de la comarca, mezcla de cítricos aromáticos
y aceites de gran fama en la zona, sin darle mayor
importancia y sin sospechar lo que luego vendría.
Alguno recordaría las insistentes preguntas de la
reina tebana sobre las propiedades del agua del Fahala,
su lugar exacto de nacimiento, y su interés en conocer
a los propietarios de la venta enclavada en tal lugar, de
quienes se decía no envejecían sin encontrar razón para
ello.
Sin embargo, nadie le dio más importancia y la
vida volvió a transcurrir apaciblemente en el valle. Los
visitantes volvieron felices a sus pueblos, los mercaderes
agradecieron esta feria extraordinaria que les había permitido
obtener nuevos e inesperados ingresos, y la reina
tebana no pudo olvidar las aguas del Fahala.
Había decidido que tenían que ser suyas…
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