Capítulo 2.- Lágrimas desde la torre
Asomada desde lo más alto de la torre,
como cada día, una lágrima azul se desprendió de
sus ojos y en su caída provocó una pequeña onda en
lo que era ya un lago, azulado, casi turquesa, hasta
desvanecerse en la orilla.
Debía ser invierno, aunque ya no recordaba
la última vez que había sentido frio.
Sentir.
Quizás fue en aquél día en
que, sin esperarlo, todo cambió. Un día que quedó
grabado en su cerebro como última vez en que tuvo
conciencia de ser lo que era pues ya no era quien
había sido. Enfrente, muy cerca, la elevada sierra
detenía una espesa nube en su paso desde el sur…
donde recordaba más allá había un mar, alguna
vez visitado.
La nieve todavía adornaba la parte más alta, en
un inusual paisaje pese a la considerable altura que alcanzaba.
No era frecuente que un manto blanco se mantuviera
en el horizonte. Simplemente a veces pasaba, quizás
antes más a menudo.
Esos días de nieve repentina siempre habían
sido fuente de alegría para los habitantes más jóvenes del
reino, pues se les permitía alterar sus quehaceres diarios
para caminar hacia las zonas nevadas y allí “echar el día”
sin preocuparse de animales, limpiezas o mercado, en una
tradición fomentada por sus propios padres, reyes de Fahala,
siempre preocupados por la felicidad de sus súbditos,
convirtiendo en momentos extraordinarios las oportunidades
que la naturaleza les brindaba.
Ahora los días eran cortos. El sol solía imponerse
a las nubes aunque en ocasiones la lluvia empapaba el
campo y se colaba por los huecos del castillo impulsada por
el viento, frío, que recorría las estancias que una vez alojaron
risas y música. El tejado, muy deteriorado, apenas
daba cobertura ya al viejo edificio y la humedad penetraba
hasta los huesos, aunque en realidad para ella esto ya
no significaba nada.
Prefería en cualquier caso el verano y la luz. Sobre
todo después de haber estado tanto tiempo entre niebla.
Verano y luz eran sus recuerdos. En ellos también
había gente. Solía albergar el castillo mucha vida
dentro de sus paredes de piedra, tan anchas que podrían
haber soportado huracanes. Vida que podría haber sido
otra de no haber sucedido aquello que me dispongo a contar
en estas líneas que hablarán de risas, sueños, envidias…
y algo de magia.
Cada día, al amanecer, cuando apenas la luz asomaba
el contorno, y todavía en sombra, se le agolpaban los
recuerdos de otros días, inundando sus ojos verdes que ya
sólo por una vez se desbordaban, cada día, durante ya no
recordaba cuantos …